Aprender de la pandemia
Mucho se ha hablado de la transformación que la pandemia va a suponer para nuestra vida cotidiana. No cabe duda de que el confinamiento ha roto muchas rutinas personales y hábitos sociales. Este tipo de rupturas abren la posibilidad de hacernos conscientes tanto de las motivaciones e intereses de nuestros actos, palabras y pensamientos, así como de sus consecuencias. Nos proporcionan nuevas perspectivas sobre nuestro estilo de vida.
Sin embargo, la transformación requiere de algo más que de darse cuenta, requiere de un cambio en nuestras preferencias y prioridades. De lo contrario, la fuerza de la inercia nos devuelve rápidamente a la casilla de salida, al viejo hábito. No es suficiente saber ‘qué’, se necesita saber ‘cómo’ se producen esos patrones y comprender sus consecuencias. Sólo cuando aceptamos deportivamente que somos seres condicionados, es decir, que nuestros actos, habla y pensamientos son el resultado de nuestras decisiones anteriores y condicionan nuestras acciones posteriores, nos damos cuenta de la responsabilidad que tenemos en nuestra salud física y mental. Sólo cuando no hay dudas sobre la necesidad y los beneficios del cambio este se puede producir. Saber, comprender y aceptar que las cosas son como son ahora nos confiere libertad y responsabilidad para elegir cómo serán después.
Aunque tenemos la capacidad de darnos cuenta de nuestros actos, palabras y pensamientos, una vez que los hábitos y reacciones automáticas se han instalado tendemos a repetirlos mecánicamente sin ser realmente conscientes de cómo se ponen en marcha y sin poder pararlos hasta que completan su ciclo. Nuestra vida se va automatizando porque ese tipo de funcionamiento requiere menos esfuerzo que desarrollar atención consciente a cada acción, palabra o pensamiento que realizamos.
Para que la pandemia produzca transformaciones positivas en nuestra forma de vivir individual y social necesitaríamos hacernos conscientes de los hábitos individuales y costumbres sociales que producen consecuencias deletéreas para la vida en nuestro planeta.
Mindfulness es un anglicismo que se ha hecho popular en los últimos años. Se refiere a la capacidad de los seres humanos de ser conscientes de sí mismos (autoconciencia) y de los procesos físicos y mentales que lo constituyen (metacognición y metaconciencia). Es la capacidad que nos permite aprender a aprender y a desaprender.
Todos pensamos que nos conocemos y dirigimos nuestras vidas. Hasta cierto punto es cierto, pero en gran medida estamos equivocados. Nuestro cuerpo, por ejemplo, parece que lo movemos a voluntad, pero la mayoría de su actividad se produce de forma automática, rutinaria y condicionada. Ignoramos los procesos biológicos que se están produciendo continuamente y no podemos controlar su natural envejecimiento. Hemos olvidado que somos cuerpo y creemos que ‘tenemos’ cuerpo. Creernos sus dueños produce paradojas como ‘cuidarlo’ con un exceso de alimento o bebida, ‘protegerlo’ con caros y sofisticados productos de belleza sin proporcionarle el ejercicio imprescindible para su correcto mantenimiento o ‘repararlo’ como un mecanismo del que se ocupa la medicina y no tiene que ver conmigo y mi forma de vivir.
Resulta que, como muchos otros animales, utilizamos un sistema afectivo que nos impele a buscar el placer inmediato y evitar el dolor y la incomodidad. Esta cualidad nos debería ayudar en la supervivencia individual y de la especie, pero dado que el placer, en el ser humano, está normativizado (no podemos hacer cualquier cosa para obtener placer cuando queramos sin sufrir consecuencias sociales y penales) somos seres deseantes e insatisfechos. Como en el caso del cuerpo, la mayoría de las conductas mediante las que buscamos placer y evitamos el dolor están automatizadas y son producto del condicionamiento. Quedan ocultas para ese sujeto que cree que se conoce y es libre.
Al separar el placer y el dolor del cuerpo mediante las normas sociales y la cultura, pasamos a vivir en un mundo simbólico o representacional que se convierte en nuestra forma de vida habitual. Los procesos psicológicos básicos son las actividades cognitivas mediante las que construimos la realidad en que vivimos sin darnos cuenta de ellas. Atención, percepción y memoria crean el espacio simbólico del pensamiento y el lenguaje. Surge así un ‘yo’ narrativo disociado del ‘yo’ experiencial. El ‘yo’ de la experiencia es la realidad vivida momento a momento, el ‘yo’ narrativo es el que intenta hacer razonable y relatable esa experiencia. Todas estas actividades también quedan ocultas ante la ‘evidencia’ de que ‘yo soy el que piensa y siente’ (‘yo’ narrativo).
Pues bien, mindfulness es la capacidad (entrenable) de hacernos conscientes de todas esas actividades ocultas y condicionadas que hacen que seamos como somos. Gracias a Mindfulness se van desvelando las actividades que construyen nuestra ‘subjetividad’ y ese conocimiento es el único que nos puede liberar de la insatisfacción existencial.
La práctica del Mindfulness requiere esfuerzo al principio. Romper las rutinas que nos proporcionan seguridad exige honestidad. Aunque no es un camino de rosas, gracias al entrenamiento de Mindfulness se produce la maduración psicológica.
Pero, sin duda, la gran enseñanza de la pandemia es que todos dependemos de todos, que la única salida es cuidarnos a nosotros mismos para cuidar de los otros. Es difícil ponerse en cuestión a uno mismo cuando observa a su alrededor que los demás no lo hacen. El entrenamiento de Mindfulness nos hace comprender nuestra interdependencia y vulnerabilidad. Nos va convirtiendo en seres más conscientes, solidarios y compasivos. La aceptación de nuestras limitaciones biológicas, emocionales y cognitivas nos iguala a todos y nos hace comprender que con cada decisión y cada acción construimos nuestro destino como especie en este planeta.
Fernando Rodríguez Bornaetxea
Dr. en Psicología.