Mindfulness. Integración global.
Fernando Rodríguez Bornaetxea
MINDFULNESS Y SALUD
Mindfulness conquistó su legitimidad en el ámbito sanitario. Luego se expandió al pedagógico, psicopedagógico y psicoterapéutico. Se convirtió en el abordaje estrella de las psicoterapias cognitivo-conductuales de tercera generación y se extendió a todos los ámbitos y poblaciones, incluida la empresa y las finanzas. En definitiva, se instrumentalizó al servicio de los valores dominantes: individualismo, materialismo, hedonismo, perdiendo así la profundidad existencial y la potencialidad transformadora de la meditación vipassana, de la cual pretende surgir.
El Dr. Kabat-Zinn se valió de su experiencia meditativa para construir un protocolo de intervención orientado a la mejora de síntomas médicos. En realidad, era un caballo de Troya más en la endeble y semidesmantelada cosmovisión científica que ha colonizado nuestras mentes en los últimos doscientos años. No es que la ciencia no sea una forma de adquisición de conocimiento segura y respetable, pero cuando se quiere explicar el mundo y la sociedad humana con métodos científicos estamos dejando de lado lo más social y lo más humano de nuestra especie.
Como consecuencia, cuando hablamos de salud, la mayoría pensamos en términos de salud física, como si fuera posible o deseable tratar aisladamente el cuerpo físico sin tener en cuenta los aspectos emocionales, cognitivos, relacionales, culturales, sociales, existenciales o espirituales.
El mismo conocimiento científico ha demostrado el impacto de la salud mental en la salud física y de la salud física en la salud mental. Sin embargo, no es posible integrar ambas realidades dentro del paradigma dominante. Sería necesario un cambio de mentalidad, una nueva concepción del ser humano que lo entendiese, no como un cuerpo en un mundo material, sino como un fenómeno natural complejo en relación e interdependencia con el resto de fenómenos naturales. Su complejidad radica en que la conciencia humana se construye momento a momento mediante actividades somáticas, afectivas, cognitivas y existenciales en relación con un medio ambiente que incluye otras conciencias.
LA SALUD FÍSICA CONDICIONA LA SALUD MENTAL
Una revisión de estudios (Richardson, Faulkner, McDevitt, Skrinar, Hutchinson, & Piette; 2005) proporcionó convincente evidencia empírica sobre la relación entre actividad física y salud mental. En un buen número de los estudios revisados se encontró una fuerte relación entre salud física y mental en la población general.
La actividad física tiene el potencial de mejorar la calidad de vida de las personas con enfermedades mentales graves a través de dos vías, mejorando la salud física y aliviando los síntomas mentales y la inadaptación social. Las personas aquejadas de afecciones de salud física muestran una tasa de depresión y ansiedad que duplica la de la población general, condición que, a su vez, prolonga la duración de la enfermedad y disminuye la calidad de vida. Pues bien, la actividad física puede mejorar el estado de ánimo y la salud mental a largo plazo. Por ejemplo, sesiones cortas de ciclismo o pesas aliviaron los síntomas de ansiedad o la irritabilidad de una muestra de mujeres.
LA SALUD MENTAL CONDICIONA LA SALUD FÍSICA
Pero, también la salud mental tiene un beneficioso impacto en la salud física. Las personas que viven con una enfermedad mental sufren mayor riesgo de experimentar síntomas físicos. Además, la forma en que las personas afrontan la enfermedad mental puede aumentar su susceptibilidad a desarrollar una mala salud física. Por ejemplo, las enfermedades mentales pueden alterar el equilibrio hormonal y los ciclos del sueño haciendo a la persona vulnerable a enfermedades físicas. Además, pueden agotar la motivación para cuidar su salud adoptando hábitos de alimentación o de sueño poco saludables. También, se ha demostrado que el estrés está relacionado con hipertensión o con dolores de cabeza específicos. El alto nivel de cortisol en sangre durante un período de tiempo largo debilita el sistema inmunológico del cuerpo. Pero es que hay datos para sostener que los pensamientos y sentimientos influyen en el cerebro y en su respuesta nerviosa, endocrina e inmune. Por ejemplo, se sabe de la influencia de la salud mental en enfermedades físicas como diabetes, cáncer o enfermedades cardiovasculares o que las personas con enfermedades mentales graves tienen hasta tres veces más probabilidades de sufrir un derrame cerebral. Por tanto, la salud mental es un factor de primer orden para mejorar la salud fisiológica y la calidad de vida. En definitiva, el estado psicológico y la condición fisiológica dependen el uno del otro.
LA ESPIRITUALIDAD CONDICIONA LA SALUD FÍSICA Y MENTAL
Pero la cosa no acaba aquí. Numerosos estudios han revelado la correlación entre religión y salud. Sin embargo, se ha reducido una dimensión fundamental de los seres humanos, la existencial o espiritual, al hecho religioso. La religión es un sistema de creencias cerrado que implica la aceptación de un orden institucional propio, incluida una doctrina y una jerarquía. Aunque el término espiritualidad sigue siendo rechazado por la mentalidad racionalista, en realidad hace referencia a la superación de la omnipotencia narcisista que considera al ‘yo’ como libre, separado y dueño de sí mismo y acepta su dependencia de otros niveles de realidad que lo trascienden. Por decirlo de otra manera, las personas que priorizan valores o creencias trascendentes sobre las individuales disfrutan de mayor salud física y mental que los que ponen por delante valores o creencias individualistas y materialistas. Por ejemplo, un estudio de la OMS encontró menos probabilidad de pensamientos suicidas e intentos de suicidio entre personas con sentido de pertenencia a una religión. Los pacientes de SIDA espiritualmente activos muestran mejor funcionamiento inmunológico, menos ingresos hospitalarios y más larga supervivencia. Estos beneficios pueden derivar del sentimiento de confianza en la vida que proporciona una cosmovisión estable y coherente, del sentimiento de aceptación de una realidad que trasciende ‘mis’ necesidades o intereses, así como de las prácticas de oración o meditación que suelen ir asociadas a las diferentes formas de religión o espiritualidad. Conviene recordar, sin embargo, que algunos estudios han mostrado, también, la relación entre creencias religiosas y diversos trastornos neuróticos y psicóticos.
Debido al cambio continuo, ni la salud física ni la salud mental pueden por si solos paliar el sentimiento de ‘carencia’ o ‘insatisfacción existencial’, ni ningún sistema de creencias o valores, por muy trascendentes que sean, pueden garantizar la salud física o mental. Sin embargo, la comprensión de la interdependencia de las tres nos puede responsabilizar de nuestro destino, proporcionarnos métodos de autorregulación y hacer surgir en nosotros una experiencia de satisfacción que podríamos denominar salud o bienestar.
MINDFULNESS COMO HERRAMIENTA DE DESARROLLO COMUNITARIO.
Otra de las dimensiones perdidas en la forma habitual de concebir y estudiar Mindfulness es la dimensión social. El enorme éxito obtenido por las ‘Intervenciones Basadas en Mindfulness’ se ha sustentado, sobre todo, en la aceptación de un reduccionismo individualista característico de los modelos médicos y psicológicos. Según este punto de vista, el ‘déficit’ o la patología se sitúan en el interior del individuo que es ‘completado’ o curado por un profesional experto. Sin embargo, esta perspectiva oculta buena parte del potencial transformador que estas prácticas pueden ofrecer en el ámbito colectivo.
Desde la perspectiva inversa, el grupo de Mindfulness puede verse como un lugar de resistencia al aislamiento y estigmatización que sufren las personas con diagnósticos o etiquetas. Las intervenciones con Mindfulness permiten ‘ser con el otro’ en formas que socavan el individualismo imperante y reflejan lo que en las tradiciones contemplativas se entiende como ‘amistad’.
Los pocos estudios que existen sobre las experiencias grupales durante las intervenciones con Mindfulness desacreditan la perspectiva individualista y demuestran que el grupo provee a sus participantes de un entorno de apoyo e integración, motiva y sostiene la práctica de meditación, y proporciona un sentido de pertenencia y comunidad.
Uno de ellos (van Aalderen et al, 2012) sugiere que los propios instructores no reconocen el valor que el soporte grupal tiene para los participantes. No solo valoran el apoyo que reciben de sus pares, sino que maduran en sus relaciones hasta sentirse menos dependientes de sus profesores.
La misma noción de ‘Mindfulness’ adquiere significado en el contexto grupal. El grupo construye su propio lenguaje. Un lenguaje comunitario que no es el de la comunidad de académicos o investigadores. El significado no viene impuesto desde afuera y permanece fijo, sino que es ‘co-creado’ en las acciones y relaciones en cada sesión. De manera que el significado de Mindfulness no es más útil cuando se piensa como una habilidad o un estado mental al que se accede, sino que adquiere su auténtica dimensión cuando se toma como un proceso relacional, es decir, como la maduración de una forma diferente de ‘estar con los otros’. Esta perspectiva abre la posibilidad de entender su valor en el desarrollo comunitario.
No solo la definición de Mindfulness se negocia en el grupo mediante diálogos e indagaciones sobre las experiencias, sino que el diálogo se realiza al margen de etiquetas patológicas o de la vigilancia del especialista. Es decir, la consigna es que nadie está discapacitado o necesita que le digan si lo que está experimentando está bien o mal. Esta actitud que algunos han denominado ‘hospitalidad’ (Dhiravamsa) consiste en acoger cualquier cosa que surja en la experiencia, es decir, elegir estar con y en la experiencia de cada momento.
ESPACIO ÉTICO (McCown 2013)
Esta ‘co-creación’ colectiva se extiende a todo el proceso de instrucción generando un ‘espacio ético’ que contribuye al desarrollo y maduración del sentimiento de comunidad. Algunos de los elementos que contribuyen a generar este espacio ético son; la corporeidad, el cambio y la aceptación.
Dado que Mindfulness se basa en las sensaciones físicas, los participantes van desarrollando formas nuevas de estar ‘presentes’ que hacen accesibles al diálogo y la exploración sus experiencias estéticas y afectivas (¿Cómo es eso en el cuerpo? ¿Dónde se siente?).
Al tomar nota del continuo surgir y cesar de las sensaciones se puede reconocer la asociación entre el malestar emocional y el inevitable proceso de cambio, lo que conduce a la comprensión de la evanescencia de los pensamientos y del resto de fenómenos.
La aceptación se actúa acogiendo los significados que se crean momento a momento por los participantes, sin comentario, corrección o crítica realizadas desde una supuesta posición de superioridad o privilegio. Esto es importante porque los participantes pueden compartir creencias espirituales o interpretaciones cambiantes de sus experiencias y deben sentirse respetados en su intimidad.
Estas cualidades activas requieren de cierta actitud ascética que conlleva: no patologizar, evitar las jerarquías y no instrumentalizar el proceso.
No patologizar significa que los participantes no son una etiqueta diagnóstica ni se espera de ellos que jueguen un papel determinado.
Evitar las jerarquías hace referencia a que cada participante es el único experto de su propia experiencia y nadie puede imponerle un significado desde fuera. El instructor está en el mismo nivel experiencial que los participantes y su único interés es facilitar la indagación.
No instrumental es quizás la cualidad más difícil de captar. Se refiere a que la práctica no se realiza con objetivos predeterminados, es decir, no se practica ‘porque’ o ‘para’, sino que es una indagación en lo desconocido de cada momento. La transformación se produce gracias a la simple observación de las cambiantes sensaciones, afectos y pensamientos, una observación pasiva que permite verlos como fenómenos transitorios, sin construir significados o eludiendo significados cerrados y bajo la única guía de las relaciones que se están dando en el momento.
Además de las cualidades activas y pasivas de ese ‘espacio ético’, está la dimensión fundamental de la ‘amistad’. En la ‘Ética a Nicómaco’, Aristóteles señala a la amistad como una de las virtudes más importantes. Cuando emprendemos un viaje en grupo o cualquier empresa colectiva (protocolo Mindfulness) se crea un vínculo entre las personas que les sirve para afrontar la vulnerabilidad que se puede sentir ante accidentes naturales o de cualquier otro tipo. Es un tipo de vínculo marcado por la solidaridad, la simpatía y la afinidad entre los miembros. Los amigos no buscan ganar algo que el otro posee, más bien, comparten una orientación común hacia el bien común. En el caso de la sesión de Mindfulness, el bien común es aprender a estar con / en la experiencia del momento presente. La clase, entonces, es una reunión de amigos viviendo juntos y creando algo que, todavía, apenas es reconocido por ellos.
Aristóteles dice que ‘cuando los seres humanos son amigos no necesitan justicia, pero cuando son justos siguen necesitados de amistad’. La amistad supera a la justicia porque entre amigos no se busca justicia sino entendimiento. El ‘espacio ético’ es un espacio amigable en el que el individuo se siente seguro porque se adhiere a esa ‘moralidad de primer orden’ que supone el ‘espacio ético’: corporeidad, cambio, aceptación, no patologizar, no jerarquía de experiencias, no instrumentalizar y amistad.
La corporeidad o experiencia somática enraíza al individuo en su naturaleza biológica permitiéndole el acceso a la experiencia afectiva que se desarrolla en el cuerpo antes de conceptualizarla y reducirla al nivel simbólico. La contingencia o el cambio se produce tanto en el contexto como en el ‘yo’ abriendo la posibilidad a una nueva temporalidad que incluya ambas. La aceptación no es sólo apertura, sino que exige coraje pues trata de incluir tanto los significados que van surgiendo en el grupo como los individuales.
Por supuesto hay ocasiones en que algún participante se sale del ‘espacio ético’ o intenta promover otra ‘moralidad de primer orden’. También los instructores se salen del ‘espacio ético’ cuando utilizan las categorías de su profesión estructurando la relación en términos de reglas más que de amistad. A medida que se aprende a vivir con los otros en el ‘espacio ético’ se desarrolla la capacidad de estar en o con lo que está surgiendo en el momento, reforzando así el potencial de amistad.
Esto nos lleva a un dilema irresoluble, porque es dinámico, entre pertenencia y alteridad. No se puede estar en una comunidad y, al mismo tiempo, ser una singularidad irreductible. El ‘espacio ético’ de Mindfulness acoge la posibilidad de que cada participante exprese su singularidad gracias al sentido de pertenencia y a una orientación compartida. Unas veces actuamos como individuos con mirada de individuos y otras como colectivo con mirada de colectivo. El ‘espacio ético’ consiste en desarrollar atención consciente a cada uno de esos momentos y sus alternancias para aprender a escoger mejor cuando comportarnos como individuos y cuando como colectivo. Los teóricos de este espacio señalan que, además de individualidad y pertenencia, hay un tercer elemento, ‘resonancia’, necesario para que el grupo opere equilibradamente. Se entiende por ‘resonancia’ el tono afectivo con el que se comparte la experiencia por los participantes.
COMUNICACIÓN ÉTICA
Un tema importante es la forma de comunicación en el ‘espacio ético’. Por ejemplo, la no patologización, no jerarquía y no instrumentalización generan una tendencia a la confluencia, entendida como el uso de la palabra que, en vez de generar diferencias o defender/atacar puntos de vista, busca la parte que ‘resuena’ en la forma de expresarse del otro promoviendo la escucha compartida. El lenguaje confluyente ayuda a reducir la resistencia de los participantes. En vez de continuar la comunicación con un ‘no’ o con un ‘sí, pero’, que generan separación, oposición o subrayan la diferencia, el silencio, el asentimiento o el agradecimiento ayudan a que el otro se sienta escuchado y acogido.
Otras formas utilizadas en la sesión de Mindfulness suelen ser: el uso de las formas verbales no personales como el infinitivo, el gerundio y el participio (en vez de ‘levanta el pie izquierdo’, ‘levantando el pie izquierdo, por ejemplo) o el uso del modo subjuntivo (¿cómo sería si…? Quizás…).
Como actitud comunicativa en el grupo de Mindfulness se propicia lo que podríamos denominar ‘habilidades diplomáticas’. Una actitud suave provista de ‘tacto’ que dificulta que los otros se sientan ofendidos con lo que uno dice o con la forma en que lo dice. Una disposición, un talante optimista y con humor que ayude a la aproximación e intimidad de los participantes.
Aunque estamos señalando algunos componentes ideales del ‘espacio ético’ hay que reconocer que se dan diferentes contextos en los que estos no se cumplen. Por ejemplo, en grupos formados alrededor de un diagnóstico, dirigidos por un especialista y con objetivos concretos, los elementos de jerarquía y no instrumentalización se pierden. También en grupos en los que existe ‘asistencia obligatoria’ como suele ser en contextos educativos o en los que se plantean expectativas del Mindfulness como pueden ser los organizacionales, el ‘espacio ético’ colapsa.
DEL ESPACIO ETICO A LA COMUNIDAD
El ‘espacio ético’ es el lugar ideal para los protocolos de Mindfulness dado que son grupos limitados en el tiempo que permanecen juntos por un periodo limitado hasta que aprenden nuevas formas y posibilidades de ‘estar juntos’. Una vez que aprendemos a estar en contacto con nuestras experiencias somáticas y afectivas, capaces de adaptarnos al continuo cambio sin juicios ni comparaciones, pudiendo ser amigos, cuando el grupo termina, estamos preparados para irradiar en la sociedad esas nuevas formas de ‘estar juntos’.
Habiendo desarrollado confianza en el método, que incluye una forma de ‘estar juntos’ basada en la amistad, es decir, en la confianza que trasciende el beneficio inmediato, algunas personas deciden comprometerse con el sendero por medio de un ‘maestro’ o un linaje determinado. Es el paso del ‘espacio ético’, un espacio inscrito en el mercado y en su ideología individualista, es decir, en el espacio social ‘normal’, a una ‘forma de vida ética’, dentro de una comunidad intencional que representa el tipo de sociedad al que se aspira.
Mindfulness no deja de ser un bien de consumo, un recurso del mercado para el bienestar individual. El ‘espacio ético’ de Mindfulness puede ser un elemento transformador en lo social si somos capaces de implementar esa nueva forma de estar juntos en nuestros entornos colectivos inmediatos. Para hacer frente a la enorme presión social consumista-individualista, necesitamos colectivos con mentalidad de comunidad, de bien común.
Entre lo que podemos denominar como grupo no intencional del Mindfulness y el grupo intencional o comunidad ‘budista’ parece no existir una alternativa laica, no doctrinal, no dogmática capaz de incluir diferentes perspectivas, como la científica y la existencial que trascienda el individualismo consumista y la religiosidad mítica.
En los centros ‘budistas’ o en aquellos en los que el grupo se estructura alrededor de un ‘maestro’, la jerarquía puede hacer surgir cuestiones sobre la autoridad. En el budismo Theravada la figura de Kalyaṇamitta, «amistad admirable» es clave para entender las relaciones dentro de la vida comunitaria. También conocido como «buen amigo», «amigo virtuoso», «amigo noble» o «amigo admirable», el Kalyanamitta es una figura que sirve de inspiración y guía para el meditador, una imagen interna que no tiene por qué ser una persona. A veces, buscamos a alguien que cumpla con nuestra imagen o idea de ‘maestro’ y rechazamos a la que no se adecua a nuestras preferencias. Buscamos en el ‘maestro’ alguien que nos reafirme en nuestras creencias y reconozca nuestro valor, no alguien que ponga en cuestión nuestras creencias y valores. Sin embargo, la enfermedad, la muerte de un ser querido, el nacimiento de un hijo o enamorarse pueden considerarse Kalyanamitta. Cualquier cosa que nos despierta de la ‘ilusión’ y amplíe nuestra visión puede considerarse un ‘amigo espiritual’ digno de gratitud. La figura del ‘maestro’ es necesaria para descentrar el sentido de autoridad, desde uno mismo como única referencia al sendero o método que representa. Desgraciadamente, los grupos contemporáneos conciben el término como una amistad espiritual ‘entre pares’ poniendo así una defensa ante cualquier enseñanza que ‘no me guste’ perdiendo así el valor y la función principal del ‘maestro’.
Cuando el grupo se funda alrededor de lo más temido, como la locura o la muerte, surge el espacio sublime de la comunidad. Cuando podemos estar juntos frente a las cosas que más nos asustan o conmueven ‘co-creamos’ el espacio comunitario. En la comunidad se puede permanecer abierto mientras otro afronta valientemente la ansiedad o el dolor sin intentar taparlo con buenas palabras o consejos. Uno mismo puede observar su propia aterradora situación con la calma y la claridad de un grupo silencioso, cariñoso y resonante asentado en la atención consciente.
Como contraste a lo sublime surge lo bonito. Si lo sublime se vincula a intensas sensaciones de terror, dolor o asombro, lo bonito se recrea en afectos domésticos pequeños y agradables como la ternura y la dulzura. En lo sublime nos sometemos a lo que admiramos mientras que en lo bello amamos lo que se nos somete (Burke, E. 1759). La belleza acerca a las personas que están de acuerdo con el placer de la experiencia. Lo sublime también conecta a las personas, pero a través de lo aterrador de la locura y la muerte. La distinción es útil para reflexionar sobre el poder de la experiencia grupal en la construcción de comunidad y en la transformación social. Cuando el grupo se asienta sobre lo bello sin acceso a la experiencia de lo sublime los participantes no tienen dónde impulsar su desarrollo. Lo bello funciona como amalgama cuando es bello para todo el colectivo, pero cuando surge lo feo o lo desagradable pierde su capacidad integradora. Cuando el grupo señale algo que no te gusta o no quieres ver cambiarás de grupo porque en eso consiste la ideología dominante que ha estructurado nuestros hábitos y preferencias. La construcción de la comunidad requiere de ir encontrando, en su devenir, el equilibrio entre lo bello y lo sublime.
Los grupos de Mindfulness psicoterapéutico o espiritual ofrecen más posibilidades a lo sublime que sus aplicaciones educativas o industriales. Desgraciadamente en vez de apurar las posibilidades existenciales de Mindfulness gran parte de los grupos buscan sentirse bien leyendo citas bonitas de grandes maestros o haciendo prácticas de benevolencia y compasión. Sin embargo, el potencial madurativo y trascendente del grupo probablemente sea menor.
Lo sublime aparece cuando nos vemos superados por una situación, como cuando somos víctimas de fenómenos naturales como inundaciones o incendios, situaciones de muerte inminente en las que el ‘yo’ como dueño de su vida y libre de tomar las decisiones que le vengan en gana es dramáticamente reducido y se ve en la necesidad de abrirse a la experiencia. Esta apertura es el elemento clave que puede hacernos superar el individualismo y acceder a una auténtica espiritualidad que nos conduzca a la trascendencia del ‘yo’, es decir, a priorizar el beneficio colectivo sobre el individual.
El espacio sublime requiere del coraje de aceptar que el parcial y limitado punto de vista individual puede ser enriquecido gracias a la actitud de renuncia a imponer ‘mi’ punto de vista y entregarse a los objetivos del colectivo. Aprender a vivir en comunidad implica honestidad, generosidad y amistad para deshacer la ilusión de ser un individuo independiente, autosuficiente y dominante, pero también dependiente, servil y sumiso. El equilibrio entre lo bello y lo sublime construye comunidad porque incluye y trasciende la dialéctica entre lo individual y lo colectivo.
Hasta ahora, hemos visto la necesidad de cambiar el concepto del ser humano imperante. Concebirlo solo como un organismo físico sometido a las leyes de la física es una reducción, de la misma manera que considerar la racionalidad como su capacidad más deseable y elevada. Por supuesto que hay un organismo físico que se desarrolla y evoluciona, y lo hace, gracias a una pulsión de supervivencia guiada por un sistema afectivo mediante el que busca el placer y rechaza el dolor. Dado que el ser humano es inviable si no hay una crianza que le ayude a sobrevivir hasta que lo pueda hacer por sus propios medios, la relación con las figuras que lo ayudan a sobrevivir lo socializa, es decir, lo introduce en el mundo social que es un mundo de normas que no son ‘biológicas’. Esto quiere decir que el placer y el dolor son normativizados para poder vivir en sociedad, y se convierten así en lo bueno y lo malo que inauguran el espacio ético que nos diferencia de otros animales. En adelante, por tanto, el organismo físico está incluido y trascendido por un organismo cuerpo/mente capaz de moderar y orientar las necesidades fisiológicas de supervivencia mediante sistemas de regulación algunos de los cuales ha desarrollado estructuras físicas para realizar su función (sistemas endocrino, inmune o nervioso). Este organismo cuerpo/mente dispone, además, de un complejo sistema de comunicación simbólica, es decir, de recrear o representar aspectos del mundo físico sin necesidad de su presencia, que también tiene estructuras físicas específicas. Hay zonas del cerebro especializadas en el procesamiento de símbolos y lenguajes. En el mundo simbólico aparece el pasado que se puede recordar y el futuro que se puede anticipar gracias al aprendizaje por consecuencias. A pesar de todas las determinaciones, el ser humano disfruta de algunas capacidades ejecutivas que van a determinar su forma de moverse y manipular el mundo físico. Esto significa que el ser humano es un ser en relación con otros seres y con el medio ambiente gracias a los cuales sobrevive. Si su supervivencia depende de la capacidad de vivir en grupo, es decir, de generar comunidad, como hemos visto, también depende de su capacidad de relacionarse con su medio ambiente, el medio que le proporciona las condiciones de habitabilidad que necesita el organismo para su existencia, como veremos a continuación.
MINDFULNESS PARA TOMAR DECISIONES CONSCIENTES
El ser humano construye su realidad momento a momento. Su única realidad es la experiencia de cada momento, aunque esta depende de infinidad de causas y condiciones la mayoría de las cuales le son desconocidas. Como hemos visto, recibe y procesa información entrante para adaptar su respuesta a las condiciones de la situación en curso. Una parte importante de ese procesamiento es decidir las acciones a realizar, en aras de dicha adaptación. De ahí que la toma de decisiones es una de las funciones ejecutivas necesarias para la supervivencia.
No obstante, como hemos ido desarrollando, las decisiones están especialmente condicionadas por lo que se considera placentero o desagradable que, en el ámbito simbólico, se convierten en lo bueno y lo malo. Es decir, el elemento fundamental en la toma de decisiones son los afectos o lo que hemos denominado ‘actividades de sentir’ o sentimientos (Rodriguez, F.; 2019). Sin embargo, estas están condicionadas por deseos, apegos, recuerdos, expectativas, tendencias culturales, normas sociales, valores y muchas cosas más.
En una sociedad basada en el consumo como la nuestra, el proceso de toma de decisiones ha sido intensamente examinado por la llamada ‘psicología del consumidor’.
Cada día, un ser humano de una sociedad desarrollada está expuesto a miles de mensajes que le incitan a buscar, comprar, poseer y descartar artículos y servicios que aparentemente necesita o le van a hacer más feliz. Sin embargo, numerosos investigadores y estudios han demostrado que la ideología del crecimiento económico ilimitado en que se basa la economía de mercado y que lleva asociada la necesidad del consumo es perjudicial para la salud física, psicológica, social y ecológica.
Muchos de los temas clave de la Psicología del consumidor, como los juicios, las posesiones, el materialismo, los excesos del consumo, los sesgos de decisión, las elecciones basadas en valores o el libre albedrío, pueden ser reimaginados y repensados desde la perspectiva de la meditación Vipassana y, en particular desde las ‘tres características de la existencia’ que es su enseñanza más definitoria (Mick, D.G.; 2016).
Somos seres deseantes. Al ser organismos tan complejos y dinámicos estamos todo el tiempo buscando el equilibrio y el reposo lo que quiere decir que vivimos con una impresión constante de carencia y agitación. A esta impresión se le ha llamado en la enseñanza de Buda, dukkha. Es un término difícil de traducir porque se refiere tanto a cualquier malestar o incomodidad física o mental, como al hecho de que cualquier fenómeno, objeto o persona nace o comienza, está o se desarrolla durante un tiempo, y termina, se deshace, se rompe o muere. Esta obsolescencia o caducidad de todo es fuente de pena, frustración o insatisfacción. Además, esta insatisfacción se convierte en existencial al comprender que no podemos controlar el exterior, a los otros, ni siquiera nuestros propios impulsos, que es muy probable que enfermemos y seguro que envejeceremos y moriremos. Dukkha tienen relación directa con las otras dos características de la existencia: anicca, el cambio continuo, y anatta, el hecho de que no somos los dueños ni los soberanos de nuestra propia vida. Dicho de otra forma, no podemos controlar lo que nos sucede y somos interdependientes con todo y todos los demás seres y con el medio ambiente que habitamos.
En este punto hay que hacer referencia a la diferencia que hace la enseñanza de Buda entre verdad relativa y verdad absoluta. La verdad relativa trata sobre las apetencias y motivaciones que nos mueven a la acción mientras que la verdad absoluta atañe a las auténticas necesidades e intenciones que nos animan. Esta diferencia nos habla de la profundidad de la psique. Somos inconscientes o ignorantes sobre nuestras más profundas tendencias y limitaciones. Además, se considera una mente ineficaz para superar el sufrimiento aquella que busca la satisfacción en los placeres sensuales y eficaz a la que sabe que los placeres sensuales y mundanos no le van a proporcionar una satisfacción estable. La búsqueda de la liberación del sufrimiento puede realizarse por medio de la ética o de la filosofía, pero el método de Buda incluye la psicología, pero no como un conocimiento sobre la psique sino como un conocimiento experiencial y fenomenológico del propio funcionamiento de la experiencia humana.
A falta de la comprensión de cómo se produce la experiencia humana, utilizamos la comparación y la evaluación (verdad relativa) para elegir y juzgar cosas (coche), experiencias (restaurante) o servicios (compañía telefónica). La trampa está en que nuestra atención se ve atrapada por las características de estos objetos (más barato, más grande, más rápido, más ligero, etc.) perdiendo de vista las profundas y auténticas motivaciones del sujeto. Pensamos en términos de si el ‘objeto’ escogido nos ha proporcionado la satisfacción esperada y, en consecuencia, la satisfacción depende de las expectativas creadas. Cuando arrascamos la superficie de estados de insatisfacción como, impaciencia, desagrado, irritación o, incluso, rabia o indignación, encontramos frustración de las expectativas.
Las expectativas tienen tanta influencia sobre nuestro bienestar que la investigación ha descubierto que se produce mayor excitación ‘positiva’ en la anticipación o anhelo de consumo que en el consumo en sí mismo lo que produce el curioso efecto de que nos apegamos más al anhelo que al ‘objeto’ escogido. En la enseñanza del Buda, thana es el anhelo y upadana el objeto que lo provoca. De hecho, un interesante estudio sobre las expectativas (van Dijk, W.W. et al. 2003) concluyó que cuando se contienen las expectativas también se reduce la insatisfacción.
En definitiva, cuando nos hacemos más conscientes de las tendencias a las persistentes comparaciones y juicios (incluido el papel del marketing) las personas son más capaces de reducir los insatisfactorios efectos que produce su exceso.
Al hacernos conscientes de las expectativas nos hacemos conscientes de la fuerza que ata el deseo y el ‘objeto’, la fuerza del apego o aferramiento. Mientras que el deseo, en realidad no tiene ‘objeto’, es una simple experiencia de carencia, el aferramiento es la interpretación de esa carencia que hace el ‘yo’ y su reacción a la misma mediante los patrones de conducta aprendidos por el organismo (mente/cuerpo). Por decirlo de otra forma, el ‘yo’ se defiende de la impresión de carencia o vacío mediante estrategias que le resultaron de utilidad en algún momento y cristalizaron en un ‘mi’, es decir, se incorporaron como rasgos identitarios. En este sentido, la psicología experimental occidental ha considerado tradicionalmente como positiva la construcción de una identidad mientras que, en la psicología de Buda, la identidad es una ficción que está en el origen del sufrimiento humano. La creencia en que esas formas de reacción y esos patrones de conducta son ‘yo’ hace que nos pasemos la vida repitiendo estrategias insatisfactorias y basemos en ellas nuestra seguridad.
De hecho, apenas hay investigación empírica sobre los efectos adversos del apego en el ámbito de la ‘psicología del consumidor’, sin embargo, las adicciones y las alergias son efectos deletéreos del apego. Como acabamos de ver en el párrafo anterior, la propiedad o posesión (‘mi’) forma parte de la ideología dominante en las sociedades materialistas de consumo mientras que, desde el punto de vista de la enseñanza de Buda, la impermanencia, la insatisfacción y la ilusión de un ‘yo’ independiente y soberano ponen de relieve algunos problemas invisibles para la mentalidad consumista en el ámbito de las propiedades. La actitud posesiva respecto a las posesiones materiales, amigos, parientes o hacia tu propio cuerpo puede generar miedo, ansiedad o indefensión ante cualquier amenaza de pérdida o deterioro. La definición de adicción es, precisamente, el sufrimiento debido a la ausencia de comodidades o placeres a los que estamos acostumbrados. Pues bien, detrás de la mentalidad posesiva se esconde la ideología materialista que considera que para conseguir los objetivos vitales y acabar con el estado de carencia es necesario obtener posesiones y cuantas más mejor. Sin embargo, el problema del materialista no es tanto que se preocupe demasiado de las cosas, sino que no es capaz de disfrutarlas, especialmente las que posee. De hecho, las investigaciones señalan que gratitud y materialismo están inversamente relacionados. En definitiva, una mente dependiente y apegada a las posesiones, basada en el materialismo, conduce a consumos excesivos que producirán diferentes tipos de malestar físico y mental. La práctica de la meditación vipassana puede detener o mitigar las influencias negativas de una mente apegada y dependiente aumentando las posibilidades de disfrutar con moderación y gratitud de los placeres mundanos.
La toma de decisiones es un tema importante tanto para la psicología del consumidor como para la psicología budista. La psicología budista considera que todas las decisiones que tomamos tienen consecuencias éticas o morales mientras que la psicología del consumidor no ha prestado importancia a estas cuestiones. Esta ha detectado un catálogo de sesgos cognitivos en la elección y toma de decisiones que incluye; encuadre, preferencias de status quo, sesgo de negatividad, exceso de confianza, sesgo de confirmación, costos ocultos y miopía del consumidor que no pueden ser transformados desde dentro y requieren una intervención externa. Sin embargo, la psicología budista considera que podemos hacernos conscientes de todas estas desviaciones e inhibir su puesta en marcha.
Kirmani (2015) en su discurso presidencial ante la Association for Consumer señaló que la moralidad ha sido ignorada en favor de temas centrados en el individuo y pidió la investigación transversal de la moralidad. La psicología budista puede contribuir a ello. Por ejemplo, se vio que los individuos que son más conscientes de la experiencia presente y la elección pendiente (es decir, son más mindful) muestran mayores probabilidades de actuar éticamente. En una de las investigaciones, los participantes entrenados en mindfulness eran más sólidos en el razonamiento moral (Shapiro, Jazaieri y Goldin, 2012). En otra (Brown y Kasser, 2005) los participantes con más mindfulness en relación con las circunstancias presentes y con sus propios valores (medidos como un rasgo disposicional) eran más ecológicamente responsables en sus decisiones y comportamientos respecto a sus dietas, transporte y vivienda.
BUENAS ELECCIONES PARA EL MEDIO AMBIENTE
Las elecciones poco saludables de los consumidores tienen consecuencias. Un solo ejemplo es el enorme gasto sanitario asociado a la obesidad, a lo que hay que añadir las pérdidas relacionadas con la baja productividad y el absentismo laboral que provoca. En general, las personas con valores materialistas sufren un riesgo mayor de infelicidad, incluyendo ansiedad, depresión, baja autoestima y problemas en las relaciones íntimas. En definitiva, la sociedad de consumo mantiene a millones de personas perdidas en una neblina de impulsos, hábitos, adicciones, compulsiones y sesgos de decisión.
Según el informe de WWF (2019), una de las mayores y más eficaces organizaciones mundiales independientes dedicadas a la conservación de la naturaleza, la UE ocupa cerca del 20% de la biocapacidad de la tierra, aunque solo vive el 7 % de la población mundial. La biocapacidad es la capacidad que tienen los ecosistemas para renovarse por sí mismos. Además, si todo el mundo viviera como un ciudadano medio de la UE, habríamos gastado el presupuesto anual de la naturaleza el 10 de mayo y necesitaríamos 2,8 planetas. El informe señala que el gasto anual de productos de lujo; cosméticos, perfumes, helados, etc., es mayor que la cantidad total necesaria para proveer de alimento, agua potable y educación a la población que lo necesita para su supervivencia.
Las iniciativas de los gobiernos y las ONGs no han tenido éxito en moderar o cambiar esta situación porque es muy difícil que el consumidor renuncie a los placeres y beneficios prometidos por el mercado. Las investigaciones demuestran que más información no es suficiente para compensar los mensajes que inducen a los consumidores a comportarse de forma irracional.
Uno de los métodos que puede ayudar a las personas a hacer decisiones más conscientes es Mindfulness. De hecho, los gobiernos y las grandes corporaciones están invirtiendo enormes cantidades de dinero en investigar los beneficios de mindfulness en medicina, psicología, educación, industria, etc. Aunque hasta ahora estas instituciones pueden haber sido más o menos insensibles a la felicidad de la población, la propia dinámica social está obligándoles a pensar en términos de bienestar y la investigación está demostrando que las personas que se sienten tranquilas, cómodas y valoradas en sus empleos son más productivas y eficaces además de más felices.
Podemos definir el consumo mindful como la práctica en tiempo real de prestar atención, con aceptación, a estímulos internos (sensaciones físicas, emociones o pensamientos) y externos y sus efectos en el proceso de consumo. No se trata sólo de prestar atención sino de cómo se presta atención. Dado que muchos procesos cognitivos y motivaciones de la conducta de consumo suceden por debajo del umbral de la conciencia, el incremento en la toma de conciencia (en especial de las sensaciones físicas) puede conducir a mejores elecciones que no estén dirigidas por la búsqueda inconsciente de placer y la evitación del dolor. En ello radica el potencial transformador del consumo mindful.
Un elemento sustancial de la ventaja de Mindfulness sobre otras estrategias de intervención en la psicología del consumidor es su potencial de autorregulación. El incremento en la autorregulación de las tendencias reactivas y el ‘piloto automático’ puede mejorar el bienestar físico y psicológico, pero también el social y medioambiental.
Es más probable que el consumidor mindful considere los aspectos ecológicos cuando toma decisiones lo que sugiere que tiene más cuidado sobre los efectos de su conducta en el medio ambiente. Teniendo en cuenta que mindfulness reduce la tendencia a la reactividad y a los estereotipos, es más probable que reduzca sus conductas irrespetuosas con el medio ambiente como el despilfarro de recursos. Además, dado que el consumo mindful aumenta el disfrute y lo prolonga, al consumir más lentamente, puede disminuir el sobreconsumo y el derroche.
Por supuesto que la mentalidad consumista puede malentender la profundidad de mindfulness. El término McMindfulness denuncia la forma adoptada por empresas y organizaciones que buscan conseguir una mayor productividad de sus trabajadores por medio del aumento del bienestar individual que se consigue. Disponemos de evidencia empírica que demuestra el impacto de las intervenciones basadas en mindfulness en el ámbito laboral incluido el descenso del estrés percibido y las tasas de ‘burnout’ así como del incremento de la resiliencia, el vigor y la calidad del sueño. Sin embargo, la aplicación individualista que busca una rápida mejoría y eficiencia en el trabajo ignora las causas del sufrimiento tanto a nivel individual como colectivo.
Mindfulness puede ayudarnos a establecer prioridades y autorregularnos en nuestras conductas de consumo beneficiando no sólo a nivel individual sino también social y medioambiental. Necesitamos un cambio radical en la cultura del consumo y para ello es fundamental implicar a todos los agentes sociales, desde los académicos a los especialistas en marketing y los políticos, para desarrollar una mentalidad consciente que nos permita enfrentar con mayor lucidez y solidaridad a los desafíos del mundo actual.
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Fernando Rodríguez Bornaetxea
Doctor en psicología- Psicoterapeuta. Maestro de meditación.
Precursor de Vipassana Integral