La contemplación circadiana
En estas circunstancias de confinamiento que nos toca vivir, el ritmo circadiano se nos hace más evidente que en la ajetreada ‘normalidad’.
El ritmo circadiano es el ciclo diario, el ritmo de día y noche, es decir, el ritmo de luz y oscuridad que vive el organismo (mente/cuerpo). Este ciclo condiciona hábitos físicos, mentales y conductuales que estructuran nuestra ‘vida cotidiana’.
Generalmente hablando, el organismo físico sigue un ritmo de activación que nos hace sentirnos más energéticos a media mañana (10-13h) y a media tarde (17-20h), y menos energéticos al mediodía (13-16h) y al anochecer (20-23h.), dejando el tramo de 23 a 7 como las horas de descanso del organismo. Puede haber variaciones dependiendo de las horas de comida, así como de otras conductas y actividades habituales de cada persona. Por ejemplo, dado que de las 20 en adelante suelen ser horas de ocio para muchas personas, las horas del anochecer suelen dedicarse a la socialización y a la ‘fiesta’.
Emocionalmente, dependemos mucho de lo que consideramos (inconscientemente) como bienestar. Si consideramos que una alta carga energética es ‘buena’ porque nos hace sentirnos ‘poderosos’ serán horas ‘buenas’, pero si consideramos ‘malo’ sentir esa fuerza incontrolada porque tenemos dificultades en su manejo, experimentaremos ansiedad y serán horas ‘difíciles’. Si consideramos que una baja carga energética es ‘buena’ porque nos hace sentir ‘calmados’ serán horas ‘buenas’ mientras que, si una baja carga energética nos hace sentirnos vulnerables, tristes o ‘depres’, serán horas ‘malas’.
Una vez identificado nuestro patrón circadiano podemos introducir la práctica contemplativa con intención. Poner intención es testar la motivación, tomar la decisión y tener curiosidad por el proceso y los resultados. ¿Estoy convencida de que la práctica tiene buenas consecuencias? ¿Tengo claro el plan que me propongo realizar? ¿Me gustaría saber qué transformaciones se van produciendo en mi estado general cuando realizo mis prácticas cotidianas?
Vamos a hacer algunas sugerencias que cada cual puede adaptar a su ritmo circadiano. La práctica puede organizarse en base a los cuatro fundamentos de la atención consciente. Es decir, las cuatro actividades a las que podemos dirigir la atención: actividades somáticas, actividades de sentir, actividades de conocer, flujo de la experiencia. La práctica de la contemplación vipassana va armonizando todas estas actividades y generando un estado de coherencia organísmica (mente/cuerpo).
Al amanecer es un buen momento para hacer una ‘meditación formal’, una sentada larga. Se contempla como la mente/cuerpo se va activando y con ello todas las cosas a las que se agarra la mente para no quedarse vacía. La intensidad del agarre, la frecuencia con que cualquier asunto aparece, nos indica los apegos de la mente de ese momento. Hay muchas cosas para ‘hacer’ que nos llaman la atención y nos piden que nos levantemos y abandonemos la contemplación. Tomar nota de ellas y aprender a no retenerlas ni evitarlas es practicar meditación vipassana. Pueden aparecer todo tipo de sensaciones físicas, sentimientos y pensamientos, y es importante recordar que todos ellos, sin excepción, son condicionamientos impermanentes e insatisfactorios. La intención era no intervenir en el proceso y, por tanto, no hay nadie que los haya producido, han surgido por condicionamiento. Y, si se han producido intencionalmente, no había contemplación sino reacciones del ‘yo’ condicionado.
En las horas matinales de activación del organismo se puede prestar atención a las ‘actividades del cuerpo’. Hacer alguna práctica corporal en la que realicemos una escucha activa del organismo (mente/cuerpo) en movimiento. El grado de intensidad del ejercicio va en relación con variables como la edad, el estado de salud o la condición física de cada uno. La actividad somática siempre va pegada a la ‘actividad de sentir’. Sentimos placer o dolor en el cuerpo y eso configura un estado de ánimo que está en continua transformación. El placer y dolor en el cuerpo provoca valoraciones, juicios, pensamientos y otras actividades mentales. Devolver la atención a la ‘actividad del cuerpo’ nos ayuda a ir discriminando entre sensaciones físicas, sentimientos y pensamientos.
Las horas de activación de la tarde pueden ser buenas para cultivar las ‘actividades de conocer’. Podemos leer o escuchar temas relacionados con el Dhamma, reflexionar sobre aspectos de nuestra existencia, escribir relatos, ensayos o poemas, o simplemente, observar el flujo de las actividades mentales. También las actividades de conocer cursan pegadas a las ‘actividades de sentir’. Lo que leemos o escuchamos nos gusta o no nos gusta, el estado de ánimo durante la actividad cognitiva se califica de agradable o desagradable y nos hace proyectarnos hacia el pasado o el futuro. Devolver la atención a la lectura o la escucha nos ayuda a aprender a discriminar entre sentimientos y pensamientos, a darnos cuenta de los componentes de la atención; sostenida, enfocada, vigilante, y unificarlos de forma que la actividad cognitiva sea aguda y penetrante.
Las horas de socialización pueden emplearse para hacer contemplación en relación. Escuchar a otros manteniendo la atención consciente, dándonos cuenta de cómo nos influye la actitud física, el tono o las palabras y los gestos del otro. Expresarnos siendo conscientes de nuestras palabras y nuestros gestos, de si estamos reaccionando o respondiendo, atacando o defendiendo, avanzando o repitiendo, construyendo o destruyendo. Dándonos cuenta de si el otro se abre o se cierra, se relaja o se tensa, se acerca o se aleja, se conecta o se desconecta.
También son buenas horas para cantar o tocar un instrumento, para contar historias o incluso para ver historias, películas o series, y acercarnos a los guiones de vida de todos esos personajes que nunca seremos pero que están en nuestra naturaleza humana. Cantar produce tantos beneficios fisiológicos como la meditación. Es un ejercicio expresivo en el que usamos la voz de forma creativa, el pecho se expande con el manejo de la respiración y se siente una fuerte conexión con los otros seres sensibles, así como con la ‘totalidad’.
Cuando nos retiremos a descansar podemos meditar tumbados y atender, con interés y curiosidad, a cómo el sueño va tomando la mente y el cuerpo, cómo vamos entrando en la actividad onírica, cómo todas las actividades se van deteniendo hasta quedarnos sumidos en una actividad de fondo, una continuidad vital estable y uniforme en la que todo lo que cree ser desaparece.
El ‘despierto’ es aquel que practica la atención consciente constante.
Un hilo de conciencia que se adentra en la totalidad.
Un rayo de luz que ilumina un sendero sin fin.
Una gota de agua que sacia la sed.
Ni nada ni no nada.
Eso es todo.
Fernando Rodríguez Bornaetxea